Hoy 5/7/95 La Vanguardia publica un, artículo acerca de la prospectiva. La prospectiva es una extraña ciencia que trata de adivinar como será el futuro que estamos haciendo y como debemos construir el futuro que quisiéramos tener. Para ponerlo un poco más claro, el trabajo de la prospectiva es el que realizan los modernos arquitectos, con esos maravillosos programas informáticos, capaces de simular el aspecto del nuevo edificio de oficinas cuando hayan crecido los árboles que está previsto que se planten dentro de dos años, si les aprueban el proyecto.
Un sesudo artista, de la prospectiva cree que en un plazo breve, quizás 6 años, cambiará la importancia del trabajo. Dice que actualmente el trabajo es la forma de integración social por antonomasia, y que está muy alto en nuestra escala de valores. El futuro nos depara un cambio significativo en la forma de ver el trabajo, no se trata de trabajar menos, sino de reubicar (la palabreja es de Quique) la forma en que vivimos el trabajo. Por lo visto está previsto que empecemos a trabajar mas jóvenes y sigamos trabajando hasta avanzada edad, eso sí, con un horario flexible y diminuto, dominado por los días festivos y vacacionales.
Pero lo verdaderamente importante no es la nueva distribución del trabajo en el tiempo ni siquiera que los ordenadores nos permitan trabajar desde casa, lo importante es que el trabajo dejará de ser el centro de nuestras vidas y nos podremos centrar en la cultura, en el ocio y en las relaciones humanas.
Hace unos días leí acerca de una nueva moda nacida en Alemania y que se extiende por Europa, consistente en el estudio de la filosofía (el éxito de ventas de "El mundo de Sofía" es un claro exponente). Parece ser que los camioneros, cuando llegan a un restaurante de carretera, ya no se presentan con nombre profesión empresa y máquina (Me llamo Otto soy camionero de Heismann y tengo un Pegaso de 500 CV) sino que se declaran ciudadanos del mundo y seguidores de Platón ....
Las dos tendencias sobre el trabajo y la filosofía entraron en mi vida junto a la década pe los '90 y, por enésima vez, tengo la sensación de sufrir la extraña enfermedad de vivir fuera de mi tiempo haciendo cosas raras que al poco tiempo resultan ser normales. Supongo que se convierten en normales porque el que mueve los hilos de nuestras personalidades no escribe periódicos y los periodistas tardan algún tiempo en darse cuenta de los cambios que se suceden.
Si yo fuera el único enfermo no se sucederían los cambios y los periodistas, hablarían siempre de lo mismo.
Hoy he hojeado el último numero de Investigación y Ciencia, y en la última página hay un pequeño artículo empeñado en denostar nuestro sistema actual de aprendizaje. De él concluyo que desde pequeños se nos intenta enseñar lo que ya se sabe (lo que saben otros y nosotros ignoramos) haciéndonos creer que eso es todo lo que hay, todo lo que existe, y de esta forma perpetuamos nuestra suprema ignorancia. Pone como ejemplo la enseñanza de las guerras púnicas. Cualquier estudiante aplicado nos puede contar lo que sucedió, convencido de estar en posesión de la verdad, pero es una lástima que nadie le haya contado al estudiante que de esas guerras sólo se sabe algo gracias a unos fragmentos escritos por Herodoto, y que esto es tan poco como si pretendiéramos saber lo que de verdad significó la revolución informática leyendo algunas páginas, del manual de WordPerfect.
Dentro de unos meses el estudiante será incapaz de repetir el nombre de Herodoto y de relacionarlo con esas guerras y perpetuará su ignorancia hasta el día en que su hijo le pida ayuda para preparar un somero examen de historia y así sembrar una nueva generación de cultos, ignorantes.
El articulista deja entrever una nueva forma de aprendizaje basada en el estudio de lo desconocido y de lo incognoscible. Basada en contarle al estudiante que la historia no es la verdad, sino los restos incompletos de un cuento escrito por los vencedores para justificar sus acciones ante los vencidos y ante las viudas de los héroes que perdieron la vida defendiendo unos intereses disfrazados de ideales.
Si el estudiante hubiera intentado imaginar las razones que movían a Herodoto e imaginar la otra cara de una guerra de la que nada sabemos, quizás sería menos culto, pero probablemente conservaría la sabiduría para analizar con otra perspectiva tosdos los papeles que cayeran en sus manos (incluído este). El estudiante acostumbrado a mirar hacia el lado oculto de las cosas descubriría rápidamente que detrás de este escrito no hay nada más que un hombre escribiéndose a si mismo por el inmenso placer de hacerlo en su tiempo de ocio.
Puedo asegurar que mirar hacia el lado oscuro de las cosas es mucho mas gratificante que pasar rápidamente la mirada por la superficie del mar, aunque sólo sea porque las cosas difíciles, las que se consiguen con esfuerzo son las que más valoramos. Así pues el ejercicio de mirar con curiosidad cada escena de la vida con la intención de discernir entre lo que se sabe, lo desconocido y lo incognoscible, nos obliga a dejar la anodina rutina para vivir una vida llena de experiencias, llena de sentido y algunas veces nos concede el privilegio de descubrir algo por nosotros mismos. Algo que sentimos como propio en un sentido mucho más profundo que la propiedad que nos concede una escritura notarial hasta el día en que ese mismo notario abra el testamento.
Quizás el problema no es si el trabajo o la cultura serán el centro de nuestra motivación, quizás el movimiento sea mucho más profundo y con lo que estemos jugando sea con nuestra identidad. Las cadenas de producción recreadas por los bárbaros del norte de Luis Racionero están dejando paso a los ideales humanistas del mediterráneo, y esa identidad basada en la posesión de un coche como el del vecino, puede desplazarse sobre una sencilla pero única personal y auténtica aportación a la calidad del universo que nos trasciende
Quizás en el futuro nos quitaremos el sombrero ante una sencilla lápida con la inscripción "Disculpe que no me levante" mientras pasamos de largo frente a una de las grandes pirámides saqueada por los turistas y profanada hasta lo indecible en los libros de texto y en los museos del siglo XX.
Quizás dejemos de estudiar lo que han sabido otros para empezar a descubrir lo que nosotros somos capaces de saber. Quizá nuestros hijos dejen de fabricar cosas con las que substituir el esfuerzo y empiecen a esforzarse en vivir y descubrir las pequeñas maravillas de la vida en el universo.
Quizá nuestra identidad dejará de basarse en la fragmentación antagónica de la pertenencia a una nación, grupo, religión, clase, raza, etc. que tanto daño nos ha traído y empecemos a reconocer "el gust per la diferencia i el placer del mestizatge" de Lluís Llach, comprendiendo que la diferencia entre dos gemelos univitelinos puede ser tan grande o tan pequeña (según como se mire) como la que hay entre un electrón revolucionando a su protón y el planeta tierra mareando al sol.
Un dibujo esquemático del átomo es indistinguible de otro del sistema solar (puedes consultar los libros de física y geografía si lo deseas) pero es más, si pudiéramos tener la perspectiva y maquinaria adecuada, podríamos tomar fotografías idénticas de estos dos fenómenos tan absolutamente dispares. Y del mismo modo podríamos obtener fotografías absolutamente dispares de la sabiduría el carácter y en definitiva de la identidad de los dos gemelos.
Pero el sistema de aprendizaje nos ha enseñado que dos narices del mismo tamaño identifican una sola clase de hombre, y nadie nos ha dicho que por encima de esas narices asoma una mirada única e insescriptible que esconde el verdadero valor de la identidad de cada persona. Del mismo modo nos han enseñado que la diferencia de tamaño entre un átomo y el sistema solar no nos permite pensar que sobre el tercer electrón puedan habitar 6 millones de microscópicos seres humanos o que este planeta del que nos sentimos tan orgullosos sea sólo el tercer electrón de un átomo del universo cuyo gemelo univitelino tiene una mirada enigmática
Y con esto estamos ya rozando lo incognoscible, pero ahí nos haría falta que George Cantor nos diera unas clases de matemáticas y empezara a contamos que unos números son mas infinitos que otros y nos enseñara que la cantidad infinita de los números racionales es igual a la suma de la cantidad infinita de los números pares más la suma de la cantidad infinita de los números impares y que por lo tanto podemos hacer operaciones con números infinitos en la medida en que los conocemos, aunque los rígidos conceptos de la lógica matemática tengan que adaptarse a la flexible capacidad de la mente humana para intuir eso a lo que hemos convenido en llamar realidad.
Naturalmente hay unas cosas mas incognoscibles que otras y posiblemente podamos hacer operaciones con ellas en la medida en que las conozcamos y probablemente, si la humanidad empieza a mirar hacia lo incognoscible, alguien le pueda contar a Demócrito que ese átomo que el intuía, ¡Existe! y no tan sólo que existe sino que en Hiroshima y Nagasaki notaron la explosión tantos hombres como los que habitaban en el mundo conocido, en su época.