La verdad es que hace días que no te escribo y aunque en mi mente aparece claramente lo que quiero transmitir el teclado arrastra unos oxidados dedos. Vivimos en la sociedad de la gran mentira, mentimos constantemente invocando las más diversas razones, pero el colmo ha llegado a mis manos en un librito dedicado a la formación en los valores titulado la sinceridad.
Creo recordar que jamás había estudiado ni leído nada sobre la sinceridad, pero como tú ya sabes (o deberías saber) la he vivido y practicado más allá de los límites que la sociedad impone.
Me explicaré. La primera mentira se produce en el momento del nacimiento cuando un amasijo de carne sangrante llega a este mundo entre el dolor de su madre y la factura del médico, mientras todos sin excepción dicen "oooh que moono". Si tú crees que el inicio de la vida empieza nueve meses antes, no te será difícil imaginar las mentiras de alcoba.
Así se empieza y así se sigue. Los niños vienen de París. Los Reyes te traen juguetes si te portas bien. "Tu madre me ha dicho que ..." Ya han pasado los 5 minutos.
Las mentiras que recibe un niño antes de descubrir la hipocresía podrían llenar un CD ROM, pero lo más increíble es el rechazo que el niño recibe cuando cuenta su primera mentira. No seas,mentiroso. Se te van a caer los dientes. Te crecerá la nariz como a Pinocho. Te lavaré la boca con salfumán.
Pero después de haber oído todo esto y de haber visto impotente como mienten tus padres, como te engañan tus abuelos, de que manera te esconden la verdad tus yos, cuan mentirosos son tus amigos, uno empieza a crecer y pronto descubre como mienten los
profsores, los políticos, los sacerdotes ... y entonces, a veces, hay alguien que reflexiona a la inversa y empieza a buscar a alguien en quien se pueda confiar, alguien que no te mentiría nunca, algo así como una madre, pero una que no te haya mentido, y ahora Sí, ahora es cuando uno empieza a descubrir cuantas veces se ha engañado a SI mismo. Sólo Dios lo sabe, ese Dios omnipotente e infinitamente bueno al que le hemos colgado todos los adjetivos y del que nunca he oído decir que sea sincero. Quizás por eso empiezo a confiar en ÉL.
Pero no nos escapemos del tema y volvamos a ese librito sobre la sinceridad. Cuando cayó en mis manos pensé que por primera vez
alguien se había parado a pensar seriamente sobre la esquizofrenia social que justifica la mentira en nombre de la sinceridad y que eL azar me brindaba la oportunidad de encontrar a alguien de carne y hueso que no mentía.
El librito empieza contando la historia de Marta, a la que se describe como modelo de sinceridad en un ambiente alegre y relajado, pero el drama empieza al descubrirse que su hermano tiene SIDA y en nombre de la sinceridad su madre le pide que oculte la noticia perdiendo la alegría, aumentando la tensión y proponiendo la mentira como valor que defiende la intimidad del enfermo. En fin, no vale la pena seguir divulgando frases falsas en las que la palabra sinceridad es su mayor exponente de falsedad.
Mi idea de la sinceridad es otra. La sinceridad sólo puede mantenerse con uno mismo y esto es una tarea difícil, un ideal de gigantescas proporciones, algo tan sencillo como difícil. ¿Y con los demás? Con los demás no existe otra relación que la extensión de la que ya tenemos con nosotros mismos. Si algún día somos capaces de decimos a nosotros mismos lo mismo que pensamos y milagrosamente eso coincide con aquello que sentimos habremos hecho lo más difícil, a partir de ahí proyectarlo a nuestros semejantes es cosa hecha.
Cuando queremos dar a entender lo contrario de lo que nos parece verdadero, estamos faltando al valor de la sinceridad. No quiero decir que eso sea pecado, o malo, o nos convierta en seres detestables sólo quiero decir que eso no es sinceridad.
¿Es eso decir la verdad? No. Ni mucho menos. La verdad no tiene nada que ver con la sinceridad. La verdad es el fruto de un acuerdo tácito o expreso entre un grupo de personas hecho con el objetivo de entenderse o de obtener alguna ventaja.
La sinceridad es una actitud basada en la voluntad de transmitir nuestro universo tal como lo vemos bajo determinadas circunstancias. La falsedad y la mentira no excluyen la sinceridad. El ánimo de
engañar si.
Así es perfectamente normal y de hecho muy habitual que dos personas sinceras se contradigan, y no es normal, pero si habitual, que intenten engañarse.
La madre de Marta le conmina para que mienta a sus amigas respecto a la enfermedad de su hijo. La madre de Marta se engaña a si misma manteniendo oculta la verdad, peor aún, como no puede soportar el dolor a solas, decide compartirlo con su hija, pero como no puede enfrentarse a la realidad, abusa de su poder y le exige a su hija que engañe al mundo. Pobre Marta. Objeto utilizado como una cortina para esconder el dolor mientras se le quita el derecho de compartirlo con sus seres queridos, sus amigos. Qué distinto hubiera actuado la señora Valiente con su hija Sincera ... La señora Valiente hubiera tenido que recibir las miradas acusadoras de los que creen que el SIDA es un castigo merecido pero la solidaridad de aquellos cuatro amigos que se sienten como verdaderos amigos justo cuando "pintan bastos" esa ayuda sincera le hubiera sido la mejor ayuda. Pero entre la madre de Marta y la señora Valiente, hay otra diferencia. La madre de Marta mide sus palabras una a una para que nadie la descubra en su engaño, y mientras mide y a medida que va midiendo, va urdiendo la trama de una historia irreal teñida de normalidad. Es como una novela en la que nunca pasa nada y en la que los patricios romanos llevan gafas del siglo XX, mientras el autor se esfuerza en explicar lo inexplicable.
La madre de Marta deja así de pensar en lo importante, deja de pensar en ello, no quiere pensar. Esos días está más irritable y Marta sufre las consecuencias cada vez que dice "si Mama". Ni Marta ni su madre pueden aceptar que eso les recuerda al SIDA y poco a poco se encierran en un mundo dividido entre el horror secreto y la apatía pública.
Y a nuestra Valiente ¿que le ocurre? Nuestra Valiente no huye de la realidad y la afronta de una manera global sin excluir ni a su hija ni a nadie. El universo continúa estando lleno y decide ocuparse de lo importante, de lo que le preocupa, de su hijo y del SIDA. Entretanto, comparte su dolor con otras personas que se sienten honradas de merecer su confianza incluso ante temas delicados. Nuestra sincera hija no tiene que soportar toda la tensión de la casa y puede descargar sus penas entre alegres amigas que le permitirán llorar sonriente, mientras acumula fuerzas para hacer un buen examen y correr a casa a ver a su hermano. La madre de Marta nos engañó y se engañaba a si misma diciéndose que así hacia lo mejor para su hijo. El hijo, ante la actitud dé su madre, empieza a descubrir que su madre, aquella persona en que podría confiar, aquella persona que se entrevista con el enigmático médico no le dice todo lo que sabe, y ese hijo temeroso de la muerte escruta en sus ojos para leer esa mentira piadosa con la que su propia madre le oculta que el momento más importante de su
vida, aquel para el que quería que le pillaran confesado, está cerca.
El hijo que acepta sinceramente la muerte, se siente solo y triste por que a su lado no encuentra un amigo sincero en quien confiar.