Todo es amor.
Esta es la única verdad que puedes encontrar en todas partes ¿Por qué has tenido que esperar a coleccionar 24 cartas para descubrirlo?
No es sencillo explicarlo. No podía decírtelo de buenas a primeras, eso no hubiera servido para nada, ya sabes que nadie aprende de lo que le dicen, sino de lo que descubre. Yo creo que si has sido capaz de llegar hasta aquí es probable que me quieras mucho (en cuyo caso no te será difícil, descubrir el amor), o quizás hayas aprendido algo en el camino y eso sería un buen índice de tu capacidad de aprehender también el amor.
Es posible que te hayas venido directamente a la carta de amor sin haber madurado las otras cartas. Si es este tu caso, permíteme que te felicite pocos tienen la oportunidad que se te brinda en estos momentos.
Tienes dos opciones. El camino fácil consiste en seguir leyendo. El dificil - el dificil- es ir a la casilla de salida y empezar por el principio.
Si decides empezar de nuevo. tienes la oportunidad de perseguir una meta entre mis páginas.
Si tomas el camino fácil serás el primero en comerte las manzanas, no pasarás hambre y seguirás sin saber que no comprendes que las manzanas maduras son más dulces y jugosas y que ese sabor áspero de la manzana verde sólo es fruto de tu precipitación, de tu "eficacia" si hablamos en términos modernos.
Si te estas preguntando que ventajas tiene el camino difícil o sea el bueno es que ya has escogido, y sí sigues aquí a pesar de todo, puedes tener la seguridad de que yo no sabré que camino has tomado. No mires a tu alrededor, es hora de que tomes las riendas de tu vida y decidas por ti mismo. Ahora como siempre puedes pensar que todos los caminos llegan a Roma, pero ¿Recuerdas el viaje a Itaca? Si no lo recuerdas eres un chico fácil.
En fin ... ¿como empezamos?
Como siempre, imaginando cómo empezó todo. Al principio todo era amor ... Todo el mundo era feliz. Todos los niños venían con un saquito bajo el brazo. Un saquito mágico (como todas las cosas) en que no había un pan, ni el jamón, ni siquiera dos duros. Todos los niños llevaban en su bolsa un peluche, un osito de peluche tierno y amoroso que asomaba la cabecita con una sonrisa.
Los niños al ver el peluche tan amoroso enseguida lo tomaban en brazos y ese gesto tenía un efecto maravilloso. El osito se derretía en el regazo de esos niños dejando que su amoroso tacto invadiera todos los sentidos, tanto los del bebé como los de todos los que presenciaban la tierna escena.
Se podría decir que esos peluchines estaban tejidos en dulce hilo de amor pero no es menos cierto que los niños al recibir ese cariño también podían sentir la inmensa dicha de dar, de darle su amor a aquel peluche que pronto se fundía hasta desaparecer.
Los niños, totalmente ajenos a la natural desaparición de los muñecos llevados por su inocente generosidad sacaban su peluche y lo entregaban con una sonrisa infantil en cuanto veían a otro niño. No hacía falta que fuera un amigo, ni que se le viera falto de amor, sencillamente los niños se mueven por los instintos naturales y les gusta ver a la gente feliz.
Algún listillo que quizá creyó más en Hobbes que en Russeau empezó a pensar en el número de peluches que había en cada bolsa ... serían diez, acaso veinte? El Listo miró furtivamente en una de las bolsas y descubrió con maléfica satisfacción que solo se veía uno. Por un momento temió por el fin de la felicidad y sintiéndose bondadoso avisó al chaval. Ya solo te queda un peluche chico, más vale que te lo guardes para ti porqué si no te vas a quedar sin.
El chavalín no comprendía porque de repente tenía que dejar de hacer feliz a todo el mundo y tenía que preocuparse por lo que tenía o dejara de tener, pero decidió tomar el consejo al menos de forma provisional a ver que ocurría. Naturalmente el crio siguió recibiendo peluches, y nadie se dio cuenta de que él no los repartía.
A medida que pasaba el tiempo empezó a sentirse incómodo en esa desequilibrada situación, así que se fue apartando de los demás y ante la falta de peluches se iba sintiendo más serio, más triste, más mayor. Sus amigos al verle así fueron a ofrecerle sus mejores ositos, pero él los recibía con desgana. A solas con su mejor amigo confesó su terrible secreto, sólo le queda un peluche.
Su amigo generoso y valiente le dijo
- No te preocupes, puedes usar los míos.
- ¿Y si se nos acaban a los dos y nos volvemos desgraciados?
- Eso no ocurrirá, todo el mundo reparte peluches sin que se le acaben.
La conversación continuó y un análisis detallado del problema llevó al amigo a contar cuantos peluches le quedaban.
¡SOLO UNO!
Fue un amargo descubrimiento que les llevó a consultar de buena mañana con aquel adulto seguidor de Hobbes.
- Hijos míos esa es la historia de todos nosotros, llega el día en que nos hacemos adultos, el hombre está condenado a sufrir y vosotros ya habéis disfrutado de esa infancia en la que se puede vivir sin preocuparse. A partir de ahora tened en cuenta que cada cosa que deis la perderéis para siempre. No esperéis nada gratuitamente. Bienvenidos al mundo real!
Los dos amigos se miraron estupefactos. Les quedaba un último día de infancia y un único peluche para el resto de sus vidas.
El silencio, la calma y la meditación fueron afortunados guías de ese importante día. Los chicos pensaron que no había razón alguna para cambiar de vida el más pequeño tomó su último peluche y se lo ofreció a su amigo.
- Toma, es para ti.
El amor inundó la escena y ambos se dispusieron a disfrutarlo aspirando suavemente por la nariz mientras con la barbilla levantada y los ojos entreabiertos expandían su corazón hasta abarcar todo su universo.
El tiempo se detuvo para que ambos amigos pudieran repetir su gesto de generosidad una y otra vez, hasta que descubrieron que en sus bolsas, al igual que en las de todos los niños, siempre había un único y amoríos peluche. Un único y tierno testigo de amor que estaría allí siempre.
Entusiasmados con su descubrimiento corrieron a contrasello al Listo. Esta entrevista fue peor que la anterior, el "Listo" no quiso creerles, no es que no les creyera, sino que no quiso ni escucharles, su única defensa ante los peluches que alegremente le tiraban fue negarse a recibir su amor.
El "Listo" había descubierto por si mismo las leyes que gobernaban el amor y ningún adolescente recién llegado podía convencerle de que las cosas eran de otro modo. El mismo había comprobado en su propia bolsa que sólo quedaba un resquicio de amor, un tesoro escondido en su subconsciente que guardaba con la esperanza de regalárselo a si mismo un día en que se sintiera especialmente feliz.
El "Listo" no vio llegar ese día. Su felicidad era constantemente empañada por las cosas que le habían pasado y sobre todo por las que temía que le pudieran pasar.
Los adolescentes, que ya no adolecían de nada, siguieron repartiendo peluches a troche y moche haciendo felices a sus semejantes pero renunciaron a la tarea de convencer al mundo de la existencia de infinitos peluches.
Cuando el mundo se inmiscuía en forma desagradable en las cosas de los portadores de peluches, estos lejos de rendirse tomaban en su regazo a un amoroso osito y con este lindo auto-regalo podían disfrutar de los sinsabores de la vida.
Los dos adolescentes fueron creciendo y viendo la ignominia del mundo se retiraron a una pequeña comunidad en la que practicaron el amor a sus semejantes. Poco a poco la gente fue descubriendo que en estas viejas bolsas aún les quedaba una fuente de interminables osos que, aunque al principio se los auto-regalaron, pronto aprendieron a compartirlos.
Con el tiempo corrió la voz y se acercaron al pueblo gentes ávidas de amor, gentes que querían aprovecharse de la generosidad ajena, pero esto no creó ningún problema, porque los infinitos peluches que cambiaban de manos todos los días saciaron a la multitud.
Sólo el miedo de amar hubiera podido destruir el amor.
La primera vez que leí de manos de Steiner los razonamientos sobre la economía de caricias (de los que salió la esencia de este cuento de los peluches) quedé asombrado, puede decirse que descubrí otra forma de amar. Yo ya sabía porque se lo había oído a Silvio Rodríguez que el problema era, es y será cómo sembrar el amor. También sabía por observación de la experiencia propia que tan difícil es amar como recibir al amor. Lo que yo no sabía es lo natural que resulta el amor.
Fíjate. Lo único que hay entre tú y yo es nuestra relación. Si estas aquí y todavía no nos hemos visto las caras, (eso significa que yo no estoy tan loco). Hemos llegado a esa situación predicada por Krisnamurti en que no hay imagen del otro y en que sólo existimos en la relación (ya sé que el sentido que le da Krisnamurti va mucho más allá, pero si te lo cuento, te quito la posibilidad de descubrirlo por ti mismo).
Demos un repaso a esa relación:
¿Que hay en aquella lejana carta de ajuste? Allí hay una relación entre dos personas intentando sintonizar el mismo tono, un lenguaje con que entenderse. Eso es amor.
¿Que podemos encontrar entre las cartas de colores, que no sea el deseo de profundizar en el entendimiento? Eso es amor.
Y de los pitufos… no me digas que no fue una historia amorosa.
Después te escribí a ti. Dime si no es amor el reconocerte y darte gracias por estar ahí.
Un viaje por mar hacia la lejana Itaca es la forma más romántica de leer una carta de navegación.
El estudiante que sale de su paradoja al aprender -aprehender- la importancia de la humedad para el dipneo hace una demostración de amor a la cultura y a sí mismo.
Esa influencia de la luna, el sol y las estrellas, y como no, de aquel ficus que crece hacia ellas inspirando bellas cartas. Eso es amor.
Y aquella locura de carta magna que solo un enamorado puede situar al sur del universo, ¿No es amor?
Ahora podrías pensar que no hay amor en la carta de dolores. Puedes decirme que esa corta carta no encierra amor. Es posible que en esa carta pueda verse una insuficiencia de amor pero puedo decirte cariñosamente que no conozco al dolor, y por tanto no hay ahí otra cosa que insuficiencia de conocimiento, no de amor.
¿Cuanto amor tiene que haber en el mundo para que alguien como yo sea capaz de negar el tiempo y enfrentarse a la humanidad calumniando a Einstein mientras tú sigues aquí brindándome ese peluche, en vez de odiarme por haber atentado contra lo indiscutible.
¿Cuanto amor puedes ver en esa botella con el mensaje del náufrago? Seguro que recuerdas ese momento sublime en que el amor descorcha la botella. Yo sé que no has olvidado ese paseo junto al mar con el náufrago, con el amigo.
Eso es amor.
Lo desconocido está lleno de amor, aunque termine citando el horror de Hiroshima. ¿Cuántos peluches se repartieron en aquel terrible día? ¿Cuántos anónimos voluntarios están repartiendo peluches desde ese día?
Hasta las matemáticas en su relación con la música y con el conocimiento son capaces de generar el amor de un hombre de letras y no digamos lo que puede hacer el amor para contarle a la comunidad científica ese mundo indescriptible a medio camino entre el todo y la nada.
Hay amor en esa chimenea que termina con los cartones del indigente de esta Barcelona ajetreada pero solidaria.
Hay amor en las ideas, en el momento creativo, en el trabajo y en los sueños.
Hay amor en la verdad y en la búsqueda de la Verdad. Lo hay desde el principio de los tiempos, cuando esa cuerda lo incluía todo y lo hay ahora, y si alguna vez no atino a descubrirlo sé que no es insuficiencia de amor, sino insuficiencia de conocimiento.
Acepta ese peluche y estrujalo en tu regazo, lo demás no existe.