Imagino los campeonatos del mundo de ajedrez de los ´70 en los que EEUU y Rusia se juegan el prestigio como líderes mundiales.
Imagino los desencuentros entre Catalunya y España en los últimos años en los que los políticos se juegan su liderazgo territorial.
En los campeonatos de ajedrez y en política además de los protagonistas participan los espectadores/votantes y los medios de comunicación que sirven la interpretación de la partida.
Está claro que ninguno de los espectadores tiene la más mínima posibilidad de comprender los pensamientos de Bobby Fisher y Boris Spasky o Kasparov y muy pocos de comprender el paso a paso de sus movimientos a lo largo de las partidas y los campeonatos.
También está claro que incluso cuando hay una cierta capacidad, no se da el tiempo ni el empeño para estudiar cada movimiento y sacar conclusiones por uno mismo. Pero sorprendentemente miles de personas siguen los acontecimientos y discuten defendiendo sus ideas y preferencias. Parece que mil millones de personas estuvieron pendientes del duelo entre Magnus Carlsen y Vishy Anand.
Entre los jugadores y los espectadores hay un enorme abismo en el que se levantan los puentes de los medios de comunicación y los expertos. Si fueran honestos los comentaristas podrían explicar las jugadas, señalar paralelismos con partidas anteriores y poco más. Esta actitud reduciría su área de influencia a unos pocos fans que más pronto que tarde pasaran a nutrirse directamente de la partida obviando a los charlatanes que la comentan.
Pero lejos de competir por explicar cada jugada los medios de comunicación llenan páginas y telenoticias de estrategias, golpes de teatro y jugadas maestras, junto a vaticinios anécdotas, descalificaciones e intenciones ocultas que hacen subir la audiencia y polarizar a los partidarios de uno u otro jugador como si se tratara de algo comprensible.
Podría ser que nuestras fobias y filias políticas vinieran condicionadas por el papel de los comentaristas y medios de comunicación y que estos estuvieran muy lejos de comprender a Torra y Rajoy o Puigdemont.
Como en una moderna caverna de Platón vemos las sombras de una realidad de la que nada sabemos, mientras alguien mueve formas y marionetas.
Decepcionante conclusión, ¿no? … quizás sea mejor o peor creer que tenemos criterio para entender y apoyar al Kasparov de turno.