Kamuta se sentó frente al río Hudson con la estatua de la libertad al fondo y el enorme hueco de las torres gemelas bajo sus pies. Sus ojos se perdieron en el horizonte mientras la mente se zambulló bajo las aguas cristalinas de la laguna TeNamo de Funafuti. La responsabilidad no le pesó, sólo tenía que cambiar el mundo, y eso iba a ocurrir de todos modos. El cambio climático iba a anegar su país, inevitablemente antes o después una ola de solo 5 metros de altura llegaría a Tuvalú hundiendo los bananos, la copra, los cerdos y sus escasos doce mil habitantes. El estaba decidido a llevar a cabo un plan que se urdió a través de años de viajes con una misión imposible.
Comió una pizza en un bar donde se oia imagine, paseó por Central Park, cenó en un chino, y durmió profundamente en una modesta habitación del Hotel Helmsley a escasos 200 metros de su nuevo despacho.
El no lo supo nunca pero en sus sueños el mundo fluía en colores y sonidos manejados por artistas, mientras los niños jugaban alegres y las gentes viajaban en trenes con destinos insondables. Las gentes del planeta se entendían en un solo idioma, y todos tenían su plato de arroz, su vaso de agua, su morada y su teléfono. No era un mudo perfecto, ni siquiera se cumplían los objetivos del milenio, pero se diría que un baño de vapor Zen matizaba las luces que iluminaban el mundo al otro lado de una enorme ventana exenta de tiempo.
A las 4 de la mañana, hora de cenar en Funafuti Kamuta se levantó silbando Takitaki tou vaka tomó un desayuno japonés a base de pescado y se paseó hasta la puerta del edificio de la Asamblea.
Le explicó a Jorge el portero, que le habían nombrado Secretario General, Jorge estaba al corriente, y le costó mantener la compostura, Kamuta no solo le estaba pidiendo que le enseñara su oficio, si no que se quedó con el abriendo la puerta a los delegados hasta las seis de la mañana y presentándoselos uno a uno. Jorge terminaba su turno a las seis, pero aquel día ya no pudo dormir, sabía de primera mano que internet tenia razón, el mundo iba a cambiar de inmediato.
Comió una pizza en un bar donde se oia imagine, paseó por Central Park, cenó en un chino, y durmió profundamente en una modesta habitación del Hotel Helmsley a escasos 200 metros de su nuevo despacho.
El no lo supo nunca pero en sus sueños el mundo fluía en colores y sonidos manejados por artistas, mientras los niños jugaban alegres y las gentes viajaban en trenes con destinos insondables. Las gentes del planeta se entendían en un solo idioma, y todos tenían su plato de arroz, su vaso de agua, su morada y su teléfono. No era un mudo perfecto, ni siquiera se cumplían los objetivos del milenio, pero se diría que un baño de vapor Zen matizaba las luces que iluminaban el mundo al otro lado de una enorme ventana exenta de tiempo.
A las 4 de la mañana, hora de cenar en Funafuti Kamuta se levantó silbando Takitaki tou vaka tomó un desayuno japonés a base de pescado y se paseó hasta la puerta del edificio de la Asamblea.
Le explicó a Jorge el portero, que le habían nombrado Secretario General, Jorge estaba al corriente, y le costó mantener la compostura, Kamuta no solo le estaba pidiendo que le enseñara su oficio, si no que se quedó con el abriendo la puerta a los delegados hasta las seis de la mañana y presentándoselos uno a uno. Jorge terminaba su turno a las seis, pero aquel día ya no pudo dormir, sabía de primera mano que internet tenia razón, el mundo iba a cambiar de inmediato.