Kamuta llegó a su nuevo despacho a media mañana después de recorrer la ciudad con los ojos abiertos, vio los taxis amarillos, los indigentes, las señoras llevando a los niños al colegio sobre sus enormes coches, alguna discusión de tráfico y ese espacio extraterritorial ocupado por las Naciones Unidas.
Conversó largamente con Ban Ki-moon y sus asistentes, y empezaron a elaborar el plan. Llenaron dos pizarras electrónicas con gráficos, propuestas y contra propuestas, flujos de ideas, árboles de decisiones y alguna caricatura para disfrutar del trabajo. Las dos pizarras en manos de Ban y Kamuta fueron ordenando el brainstorming, y aportando datos extraídos oportunamente de la impresionante base de conocimiento de la organización.
Ocho mil millones de habitantes, 6500 lenguas habladas, 32 conflictos a punto de convertirse en guerras abiertas, 12 guerras declaradas, 244 países y territorios autónomos, 1500 millones de personas sin acceso normalizado al agua potable, y la mitad del patrimonio de la humanidad en manos de menos de 200 personas, agrupadas en menos de 100 familias o grupos con sólidos lazos de complicidad.
Los datos socioculturales eran mucho más espeluznantes, pues en lugar de cifras, retrataban a la especie humana en forma de iconos. La humanidad se mostraba como una plaga de dimensión planetaria con estereotipos sacados del mundo animal que hubieran hecho las delicias de Hobbes siguiendo a Plauto y su Homo homini lupus.
El sentido común les llevó a dejar los fríos datos estadísticos para profundizar en algunos iconos en los que se apreciaban cualidades sorprendentes para una gran parte de la humanidad… El gusto por el trabajo, el placer de crear, la necesidad de hacer cosas, la necesidad de tener ideales a los que servir, o de pertenecer a grupos, una afición inusitada por hacer regalos y hablar sin necesidad. Una alergia a los impuestos, a los horarios y a los tiranos. Maslow hubiera disfrutado haciendo zoom sobre los iconos.
El icono aportaba a las pizarras una colección de matices que la literatura no puede reproducir, podría decirse que el factor aglutinante de esos valores se centraba en la belleza
La información también se organizaba en mapas relativos a la distribución de los datos en el planeta.
Poco a poco el software de análisis de estrategias iba perfilando puntos clave y los hilos que los unían; la belleza, el arte, la participación, la lengua materna, la comprensión de los otros, … Se hacía todo tan evidente que daban ganas de cerrar los ordenadores y vaciar el sentido común sobre la alfombra.
Conversó largamente con Ban Ki-moon y sus asistentes, y empezaron a elaborar el plan. Llenaron dos pizarras electrónicas con gráficos, propuestas y contra propuestas, flujos de ideas, árboles de decisiones y alguna caricatura para disfrutar del trabajo. Las dos pizarras en manos de Ban y Kamuta fueron ordenando el brainstorming, y aportando datos extraídos oportunamente de la impresionante base de conocimiento de la organización.
Ocho mil millones de habitantes, 6500 lenguas habladas, 32 conflictos a punto de convertirse en guerras abiertas, 12 guerras declaradas, 244 países y territorios autónomos, 1500 millones de personas sin acceso normalizado al agua potable, y la mitad del patrimonio de la humanidad en manos de menos de 200 personas, agrupadas en menos de 100 familias o grupos con sólidos lazos de complicidad.
Los datos socioculturales eran mucho más espeluznantes, pues en lugar de cifras, retrataban a la especie humana en forma de iconos. La humanidad se mostraba como una plaga de dimensión planetaria con estereotipos sacados del mundo animal que hubieran hecho las delicias de Hobbes siguiendo a Plauto y su Homo homini lupus.
El sentido común les llevó a dejar los fríos datos estadísticos para profundizar en algunos iconos en los que se apreciaban cualidades sorprendentes para una gran parte de la humanidad… El gusto por el trabajo, el placer de crear, la necesidad de hacer cosas, la necesidad de tener ideales a los que servir, o de pertenecer a grupos, una afición inusitada por hacer regalos y hablar sin necesidad. Una alergia a los impuestos, a los horarios y a los tiranos. Maslow hubiera disfrutado haciendo zoom sobre los iconos.
El icono aportaba a las pizarras una colección de matices que la literatura no puede reproducir, podría decirse que el factor aglutinante de esos valores se centraba en la belleza
La información también se organizaba en mapas relativos a la distribución de los datos en el planeta.
Poco a poco el software de análisis de estrategias iba perfilando puntos clave y los hilos que los unían; la belleza, el arte, la participación, la lengua materna, la comprensión de los otros, … Se hacía todo tan evidente que daban ganas de cerrar los ordenadores y vaciar el sentido común sobre la alfombra.