Quique asoma su cabeza sobre mi hombro lee un par de frases en la pantalla de mi Mac y me suelta: ¿Estás escribiendo un cursillo?
Evidentemente no estoy escribiendo un cursillo, o al menos no es esta mi intención, pero, como todas las cosas que pasan en el presente, me hace pensar...
Hace un momento insinuaba la paradoja del estudiante, sin contarlo demasiado, porque sé que contándolo demasiado no es como se transmiten los conocimientos, claro que si no lo cuento, también comprendo que es difícil que me entiendas.
Por todas estas razones y algunas más que se harán evidentes, me decido a contarlo, aunque me temo que contarlo no sirva de demasiado.
Ya sé que lo que llevo escrito es algo confuso, pero tengo que reconocer que es confuso a propósito, no es que no sepa explicarme mejor, (que tampoco sé) es que no quiero explicar con sencillez algo tan complicado como la paradoja del estudiante.
Vamos allá:
El estudiante se ve inmerso en un sistema que pretende enseñarle. Que pretende enseñarle, matemáticas, literatura, química y un sinfín de cosas más.
Para enseñar esas cosas se recurre a diversas formas de explicación de la realidad centradas en la materia a estudiar. Al estudiante se le enseña que dos y dos son cuatro, se le explica que esto quiere decir que dos más dos son cuatro, se le hace memorizar “2+2 = 4”, se le ponen ejemplos de sumas de pares de naranjas, se le dibujan dos pares de huevos y después se le pregunta cuanto son dos y dos. Si el estudiante dice la palabra mágica, cuatro, el profesor se siente satisfecho y le castiga con otro ejercicio más difícil. Si el estudiante da cualquier otra respuesta, el profesor repite una y otra vez las explicaciones dando la culpa al estudiante de todos los males de la humanidad.
Todo esto nos parece normal y no lo es. No es normal que el profesor pretenda enseñar de esta forma, centrando sus esfuerzos en enseñar al que no sabe, centrando su atención en lo que éste no sabe.
El camino no puede ser este, porque el que no sabe, no puede ser un sujeto pasivo del verbo enseñar, porque uno no puede ser enseñado así por la brava. Uno puede ser pintado, mojado o quemado si hace falta, pero enseñado, no. Eso no funciona así. Y además ¿cómo es posible que el profesional de la enseñanza centre todo su discurso en lo que el estudiante no sabe? Así podrá recalcar su ignorancia, podrá demostrarle que es un inútil que no sabe nada, pero así no le enseñará nada.
El proceso está mal planteado, las cosas no se enseñan, las cosas pueden aprenderse, que es muy distinto.
Aprender es una actitud que parte del que desea aprender (cosa que le hubiera pasado a los estudiantes si nadie se hubiera empeñado en enseñarles). Aprender es una actividad positiva que parte del conocimiento de lo que se sabe, nunca de la ignorancia de lo desconocido.
Difícilmente tu puedes tener el más mínimo interés en aprender nada sobre la reacción de los dipneos ante la disminución de la humedad relativa.
Difícilmente puedes aprender nada que valga la pena de esta reacción por más libros que ponga en tu mesilla de noche, por más discursos que te eche, ni siquiera con una campaña de publicidad con grandes medios audiovisuales a lo Berlusconi, podrías aprender nada que valiera la pena. Quizás superarías un examen hecho para medir tu capacidad de hacer lo que el profesor te ha dicho que hagas, pero aprender, aprehender, no, eso no funciona así.
Si yo quiero enseñarte algo sobre los dipneos, debería dejar de meterme en tus asuntos, y no imponerte mis puntos de vista, pero si he conseguido que te pique la curiosidad y te ayudo a descubrir a los dipneos, quizás algún día te preocupe como reaccionan ante la disminución de la humedad.
Tú ya sabes que los peces evolucionaron hace unos millones de años saliendo del agua y creando los actuales reptiles, pues los dipneos no son más que una especie animal que en la actualidad nos recuerda este estadio de evolución revolcándose en el fango.
Mi propósito no era explicarte que son los dipneos, pero no me hubiera parecido bien seguir adelante sin dejarte una pista, una herramienta que te pueda ayudar a descubrir —si tú quieres— como reaccionan ante los cambios de humedad. (Nota: En los años 90 del siglo XX -sin Internet -esta frase tenía sentido)
Planteadas así las cosas resulta que yo no te lo he enseñado, y tu no lo has aprendido, pero entre los dos hemos sembrado una semilla que podrás recoger el día que quieras. Si yo me hubiera empeñado en explicarte la vida del dipneo, probablemente no hubieras aprehendido nada y con mucha suerte podrías contestar automáticamente a algunas preguntas mal formuladas. Pero seguro que se te pasarían las ganas de saber nada más acerca de los dichosos bichos.
El secreto es un secreto a voces, todo el mundo lo conoce, todos hemos vivido experiencias de enseñar/aprender, pero por alguna oscura razón seguimos intentando enseñar las cosas a los demás.
La paradoja del estudiante consiste (lamento una vez mas pasar a la explicación, aunque pienso que ya lo has descubierto) en que el estudiante quiere aprender a aprender, porque se le indica que aprender es algo importante, y porque tiene la curiosidad de aprender multitud de cosas, pero el enseñante pasa olímpicamente de los deseos del estudiante y se empeña en enseñarle matemáticas, física o química, pero jamás le deja las herramientas adecuadas para aprender a aprender. Si el estudiante no puede aprender a aprender, difícilmente será enseñado a otra cosa que no sea enseñar a enseñar.
Creo que ya me he explicado pero no estoy satisfecho de ello, porque estoy convencido de que así no es como se aprenden las cosas.
Cuando Quique me preguntaba si esto era un cursillo, el texto tenía el aspecto de “Manual para ser feliz”, “La vida, instrucciones de uso”, o algo parecido, y yo sé que estas cosas no funcionan. La personalidad humana se siente amenazada ante cualquier intento directo de afrontar la enseñanza de otro, pero por otra parte me gustaría transmitir lo que yo sé de la vida a aquellos que quieran descubrirlo.
¿Y eso cómo se hace?
Seguro que no se enseña. Alguna vez veo con impotencia como alguien desperdicia un minuto sintiéndose mal, mientras con un sencillo clic en su mente podría ser feliz. Alguna vez he sucumbido a la tentación de explicarle la situación y siempre he fracasado en este camino, por que la gente no aprende de lo que se le dice. La única posibilidad de que alguien aprenda algo está en que el mismo quiera descubrirlo, y tenga a mano las herramientas que le ayuden a descubrirlo.
¿Entonces, cómo se ayuda a alguien a descubrir que puede ser feliz? La tarea es simple pero difícil. Generalmente las cosas sencillas son difíciles de conseguir. Mi fórmula favorita consiste en ser feliz a su lado... nada mas y nada menos. No se trata de decirle: ¡Eh, mírame como soy feliz!! Esta actitud pondría en guardia a todo el sistema psicológico del enseñado y lo que se pretende es esperar a que el aprendiz se levante un día por la mañana y se de cuenta, SE DE CUENTA de que puede descubrir algo más por si mismo, en privado, algo que nadie quiere enseñarle, y entonces sí, entonces sí que necesita herramientas que le ayuden a descubrir una nueva realidad.
Yo me siento extraordinariamente feliz pensando en voz alta y compartiendo contigo algunos de mis descubrimientos, y mi felicidad y orgullo provienen de esa sensación de haberlos descubierto yo mismo. Pero no te engañes, yo no nací enseñado y como tú leí muchos libros y experimente muchas situaciones de tristeza y felicidad, propias y ajenas que me permitieron ir dándome cuenta de las cosas y de las sensaciones. Escuché muchas canciones y leí sus letras, y encuentro en los poetas muchas herramientas que me ayudan a descubrir, a descubrir por el placer de descubrir, a experimentar el viaje más apasionante que jamás ha podido existir.
Aprehender es un vicio fantástico. Ni el alcohol, ni el tabaco, ni las mujeres, pueden darme la satisfacción que esta actitud me trae.
Aprehender no tiene nada que ver con enseñar o con estudiar. Se trata de descubrir cosas que valen la pena y asimilarlas, asumirlas e integrarlas en el propio yo. Se trata de descubrirse a si mismo, de ver una puesta de sol y ver al mismo tiempo y sin ningún esfuerzo el cristal con que miramos. Se trata de cerrar los ojos y sentir como las aguas del Ebro pasan bajo los pies, de mirar una nube y desgranar la forma y el color, descubrir que este rosa que aparece sobre el horizonte de la nube, sólo puede verse en negro nubarrón para un observador situado unos kilómetros mas allá.
Estas cosas te permiten que un día, al ver los negros nubarrones puedas imaginar los rayos de sol que iluminan las mismas nubes desde otra perspectiva.
Decía que había escuchado música y quizás valdría la pena que lo explicara mejor. La música tiene un enorme poder sobre las personas, todos hemos oído decir que la música amansa las fieras, y todos hemos visto los cambios en el estado de ánimo que puede causar un buen disc-jokey, o el desastre que puede producir una música inadecuada. Pero la realidad es que la función más importante de la música es la de llamar a escena a un nuevo pitufo ¿recuerdas? y la entrada de un nuevo pitufo significa que la escena se libera del control ejercido por otro pitufo, pero no sólo es eso, sino que este cambio se consigue sin la intervención de Gargamel y sin que el inexperto Gran Pitufo tenga que hacer su llamada a escena.
La música y otros elementos capaces de comunicarse directamente con los pitufos pueden ser herramientas útiles para despertar esas ganas de aprender en las personas a las que queremos enseñar algo, pero hay que tener cuidado cuando llamamos a un pitufo en el cerebro de nuestro vecino, porque al menor síntoma de manipulación las ganas de aprender se encerraran en el cascarón del estudiante y podemos quedar en la posición del profesor empeñado en enseñar los dogmas de turno.
Yo sigo en mis trece. Para enseñar a pescar no hay mejor método que armarse de paciencia, sentarse en la orilla y esperar en silencio a que piquen los peces. Todas las explicaciones, manuales y teorías no pueden hacer otra cosa que retardar el aprendizaje y, si el alumno no está atento mientras pesco, quizás despertará su interés al olor de las brasas, o esperará al día de mi partida para echar el sedal al agua. Lo que es seguro es que no se hará un buen pescador atado a la pata de mi silla mientras escucha largos consejos sobre la forma de capturar a los antecesores de los dipneos.
Evidentemente no estoy escribiendo un cursillo, o al menos no es esta mi intención, pero, como todas las cosas que pasan en el presente, me hace pensar...
Hace un momento insinuaba la paradoja del estudiante, sin contarlo demasiado, porque sé que contándolo demasiado no es como se transmiten los conocimientos, claro que si no lo cuento, también comprendo que es difícil que me entiendas.
Por todas estas razones y algunas más que se harán evidentes, me decido a contarlo, aunque me temo que contarlo no sirva de demasiado.
Ya sé que lo que llevo escrito es algo confuso, pero tengo que reconocer que es confuso a propósito, no es que no sepa explicarme mejor, (que tampoco sé) es que no quiero explicar con sencillez algo tan complicado como la paradoja del estudiante.
Vamos allá:
El estudiante se ve inmerso en un sistema que pretende enseñarle. Que pretende enseñarle, matemáticas, literatura, química y un sinfín de cosas más.
Para enseñar esas cosas se recurre a diversas formas de explicación de la realidad centradas en la materia a estudiar. Al estudiante se le enseña que dos y dos son cuatro, se le explica que esto quiere decir que dos más dos son cuatro, se le hace memorizar “2+2 = 4”, se le ponen ejemplos de sumas de pares de naranjas, se le dibujan dos pares de huevos y después se le pregunta cuanto son dos y dos. Si el estudiante dice la palabra mágica, cuatro, el profesor se siente satisfecho y le castiga con otro ejercicio más difícil. Si el estudiante da cualquier otra respuesta, el profesor repite una y otra vez las explicaciones dando la culpa al estudiante de todos los males de la humanidad.
Todo esto nos parece normal y no lo es. No es normal que el profesor pretenda enseñar de esta forma, centrando sus esfuerzos en enseñar al que no sabe, centrando su atención en lo que éste no sabe.
El camino no puede ser este, porque el que no sabe, no puede ser un sujeto pasivo del verbo enseñar, porque uno no puede ser enseñado así por la brava. Uno puede ser pintado, mojado o quemado si hace falta, pero enseñado, no. Eso no funciona así. Y además ¿cómo es posible que el profesional de la enseñanza centre todo su discurso en lo que el estudiante no sabe? Así podrá recalcar su ignorancia, podrá demostrarle que es un inútil que no sabe nada, pero así no le enseñará nada.
El proceso está mal planteado, las cosas no se enseñan, las cosas pueden aprenderse, que es muy distinto.
Aprender es una actitud que parte del que desea aprender (cosa que le hubiera pasado a los estudiantes si nadie se hubiera empeñado en enseñarles). Aprender es una actividad positiva que parte del conocimiento de lo que se sabe, nunca de la ignorancia de lo desconocido.
Difícilmente tu puedes tener el más mínimo interés en aprender nada sobre la reacción de los dipneos ante la disminución de la humedad relativa.
Difícilmente puedes aprender nada que valga la pena de esta reacción por más libros que ponga en tu mesilla de noche, por más discursos que te eche, ni siquiera con una campaña de publicidad con grandes medios audiovisuales a lo Berlusconi, podrías aprender nada que valiera la pena. Quizás superarías un examen hecho para medir tu capacidad de hacer lo que el profesor te ha dicho que hagas, pero aprender, aprehender, no, eso no funciona así.
Si yo quiero enseñarte algo sobre los dipneos, debería dejar de meterme en tus asuntos, y no imponerte mis puntos de vista, pero si he conseguido que te pique la curiosidad y te ayudo a descubrir a los dipneos, quizás algún día te preocupe como reaccionan ante la disminución de la humedad.
Tú ya sabes que los peces evolucionaron hace unos millones de años saliendo del agua y creando los actuales reptiles, pues los dipneos no son más que una especie animal que en la actualidad nos recuerda este estadio de evolución revolcándose en el fango.
Mi propósito no era explicarte que son los dipneos, pero no me hubiera parecido bien seguir adelante sin dejarte una pista, una herramienta que te pueda ayudar a descubrir —si tú quieres— como reaccionan ante los cambios de humedad. (Nota: En los años 90 del siglo XX -sin Internet -esta frase tenía sentido)
Planteadas así las cosas resulta que yo no te lo he enseñado, y tu no lo has aprendido, pero entre los dos hemos sembrado una semilla que podrás recoger el día que quieras. Si yo me hubiera empeñado en explicarte la vida del dipneo, probablemente no hubieras aprehendido nada y con mucha suerte podrías contestar automáticamente a algunas preguntas mal formuladas. Pero seguro que se te pasarían las ganas de saber nada más acerca de los dichosos bichos.
El secreto es un secreto a voces, todo el mundo lo conoce, todos hemos vivido experiencias de enseñar/aprender, pero por alguna oscura razón seguimos intentando enseñar las cosas a los demás.
La paradoja del estudiante consiste (lamento una vez mas pasar a la explicación, aunque pienso que ya lo has descubierto) en que el estudiante quiere aprender a aprender, porque se le indica que aprender es algo importante, y porque tiene la curiosidad de aprender multitud de cosas, pero el enseñante pasa olímpicamente de los deseos del estudiante y se empeña en enseñarle matemáticas, física o química, pero jamás le deja las herramientas adecuadas para aprender a aprender. Si el estudiante no puede aprender a aprender, difícilmente será enseñado a otra cosa que no sea enseñar a enseñar.
Creo que ya me he explicado pero no estoy satisfecho de ello, porque estoy convencido de que así no es como se aprenden las cosas.
Cuando Quique me preguntaba si esto era un cursillo, el texto tenía el aspecto de “Manual para ser feliz”, “La vida, instrucciones de uso”, o algo parecido, y yo sé que estas cosas no funcionan. La personalidad humana se siente amenazada ante cualquier intento directo de afrontar la enseñanza de otro, pero por otra parte me gustaría transmitir lo que yo sé de la vida a aquellos que quieran descubrirlo.
¿Y eso cómo se hace?
Seguro que no se enseña. Alguna vez veo con impotencia como alguien desperdicia un minuto sintiéndose mal, mientras con un sencillo clic en su mente podría ser feliz. Alguna vez he sucumbido a la tentación de explicarle la situación y siempre he fracasado en este camino, por que la gente no aprende de lo que se le dice. La única posibilidad de que alguien aprenda algo está en que el mismo quiera descubrirlo, y tenga a mano las herramientas que le ayuden a descubrirlo.
¿Entonces, cómo se ayuda a alguien a descubrir que puede ser feliz? La tarea es simple pero difícil. Generalmente las cosas sencillas son difíciles de conseguir. Mi fórmula favorita consiste en ser feliz a su lado... nada mas y nada menos. No se trata de decirle: ¡Eh, mírame como soy feliz!! Esta actitud pondría en guardia a todo el sistema psicológico del enseñado y lo que se pretende es esperar a que el aprendiz se levante un día por la mañana y se de cuenta, SE DE CUENTA de que puede descubrir algo más por si mismo, en privado, algo que nadie quiere enseñarle, y entonces sí, entonces sí que necesita herramientas que le ayuden a descubrir una nueva realidad.
Yo me siento extraordinariamente feliz pensando en voz alta y compartiendo contigo algunos de mis descubrimientos, y mi felicidad y orgullo provienen de esa sensación de haberlos descubierto yo mismo. Pero no te engañes, yo no nací enseñado y como tú leí muchos libros y experimente muchas situaciones de tristeza y felicidad, propias y ajenas que me permitieron ir dándome cuenta de las cosas y de las sensaciones. Escuché muchas canciones y leí sus letras, y encuentro en los poetas muchas herramientas que me ayudan a descubrir, a descubrir por el placer de descubrir, a experimentar el viaje más apasionante que jamás ha podido existir.
Aprehender es un vicio fantástico. Ni el alcohol, ni el tabaco, ni las mujeres, pueden darme la satisfacción que esta actitud me trae.
Aprehender no tiene nada que ver con enseñar o con estudiar. Se trata de descubrir cosas que valen la pena y asimilarlas, asumirlas e integrarlas en el propio yo. Se trata de descubrirse a si mismo, de ver una puesta de sol y ver al mismo tiempo y sin ningún esfuerzo el cristal con que miramos. Se trata de cerrar los ojos y sentir como las aguas del Ebro pasan bajo los pies, de mirar una nube y desgranar la forma y el color, descubrir que este rosa que aparece sobre el horizonte de la nube, sólo puede verse en negro nubarrón para un observador situado unos kilómetros mas allá.
Estas cosas te permiten que un día, al ver los negros nubarrones puedas imaginar los rayos de sol que iluminan las mismas nubes desde otra perspectiva.
Decía que había escuchado música y quizás valdría la pena que lo explicara mejor. La música tiene un enorme poder sobre las personas, todos hemos oído decir que la música amansa las fieras, y todos hemos visto los cambios en el estado de ánimo que puede causar un buen disc-jokey, o el desastre que puede producir una música inadecuada. Pero la realidad es que la función más importante de la música es la de llamar a escena a un nuevo pitufo ¿recuerdas? y la entrada de un nuevo pitufo significa que la escena se libera del control ejercido por otro pitufo, pero no sólo es eso, sino que este cambio se consigue sin la intervención de Gargamel y sin que el inexperto Gran Pitufo tenga que hacer su llamada a escena.
La música y otros elementos capaces de comunicarse directamente con los pitufos pueden ser herramientas útiles para despertar esas ganas de aprender en las personas a las que queremos enseñar algo, pero hay que tener cuidado cuando llamamos a un pitufo en el cerebro de nuestro vecino, porque al menor síntoma de manipulación las ganas de aprender se encerraran en el cascarón del estudiante y podemos quedar en la posición del profesor empeñado en enseñar los dogmas de turno.
Yo sigo en mis trece. Para enseñar a pescar no hay mejor método que armarse de paciencia, sentarse en la orilla y esperar en silencio a que piquen los peces. Todas las explicaciones, manuales y teorías no pueden hacer otra cosa que retardar el aprendizaje y, si el alumno no está atento mientras pesco, quizás despertará su interés al olor de las brasas, o esperará al día de mi partida para echar el sedal al agua. Lo que es seguro es que no se hará un buen pescador atado a la pata de mi silla mientras escucha largos consejos sobre la forma de capturar a los antecesores de los dipneos.