Es una locura pretender transmitir la Carta Magna de una forma racional, y solo en la locura puede desembocar el intento racional de definir y transmitir la esencia de la Carta Magna. Eso me recuerda la recomendación del psiquiatra Corbella cuando escribe y razona, a través del ejercicio del pensamiento profundo, la inutilidad y la peligrosidad de pensar demasiado.
Corbella dice seriamente No penséis mientras él no hace otra cosa que pensar. Así pues, seguid mi consejo; No escribais vuestra Carta Magna, puede producir dolor.
Pero el dolor es algo sumamente extraño. Parece ser un sentimiento que aparece en nuestro cerebro como reacción a determinadas circunstancias. Lo relacionamos con el daño físico y tenemos tendencia a creer que es el fruto de una manipulación en un punto de nuestro sistema nervioso y que el dolor transmite su señal al cerebro. Pero yo creo que esto no es así. El dolor no se produce en el sitio donde nos hemos hecho daño, el dolor se siente en el cerebro, cuando las señales que llegan del punto lesionado se juntan con otro mecanismo mental que llama al pitufo del dolor, al del placer, o a cualquier otro.
Salvando las distancias podríamos concluir que una misma presión ejercida sobre nuestra espalda la traducimos a dolor producido por una viga que nos oprime o al placer que nos relaja durante un masaje en función de otras circunstancias que nada tienen que ver con la presión física recibida. Para entendernos podríamos llamar “presión” a esas cosas que en el lenguaje habitual decimos que causan dolor y podríamos denominar “reacción” a nuestra respuesta interna a la presión.
Está claro que igual presión crea reacciones distintas en distintos seres, o en circunstancias distintas.
Así el dolor no es más que una de las formas en que reaccionamos a los estímulos, es algo subjetivo que no tiene una realidad física subyacente. No es más que una forma de ver las cosas, el vaso medio lleno o medio vacío. Un matiz sin importancia que muchas veces nos atormenta.
Corbella dice seriamente No penséis mientras él no hace otra cosa que pensar. Así pues, seguid mi consejo; No escribais vuestra Carta Magna, puede producir dolor.
Pero el dolor es algo sumamente extraño. Parece ser un sentimiento que aparece en nuestro cerebro como reacción a determinadas circunstancias. Lo relacionamos con el daño físico y tenemos tendencia a creer que es el fruto de una manipulación en un punto de nuestro sistema nervioso y que el dolor transmite su señal al cerebro. Pero yo creo que esto no es así. El dolor no se produce en el sitio donde nos hemos hecho daño, el dolor se siente en el cerebro, cuando las señales que llegan del punto lesionado se juntan con otro mecanismo mental que llama al pitufo del dolor, al del placer, o a cualquier otro.
Salvando las distancias podríamos concluir que una misma presión ejercida sobre nuestra espalda la traducimos a dolor producido por una viga que nos oprime o al placer que nos relaja durante un masaje en función de otras circunstancias que nada tienen que ver con la presión física recibida. Para entendernos podríamos llamar “presión” a esas cosas que en el lenguaje habitual decimos que causan dolor y podríamos denominar “reacción” a nuestra respuesta interna a la presión.
Está claro que igual presión crea reacciones distintas en distintos seres, o en circunstancias distintas.
Así el dolor no es más que una de las formas en que reaccionamos a los estímulos, es algo subjetivo que no tiene una realidad física subyacente. No es más que una forma de ver las cosas, el vaso medio lleno o medio vacío. Un matiz sin importancia que muchas veces nos atormenta.